We'll always have Tlaxcala… o la bilocación del aficionado

Me negaba a usar inglés en mis textos taurinos, 
pero luego del viernes mi afición y yo siempre tendremos Tlaxcala… 
así como Ilsa y Rick tendrán por siempre París.

Hace unos días la Tacita de plata como le dicen a la Plaza Jorge “El Ranchero” Aguilar reconstruyó la labor ganadera en un evento sui generis que permitió conocer y reconocer al Toro Bravo: “Del Campo a la Plaza”.

La noche recién se vaciaba con una ligera lluvia sobre Tlaxcala cuando el fogón llevó al rojo vivo los hierros de De Haro. Don Antonio vistió de media gala a sus peones y al caporal que pusieron en suerte a los becerros para herrarlos en los medios de la Plaza (hubo también maletillas que ayudaron en la faena). Una pantalla gigante dejó ver con claridad cómo el hierro se fijaba en la carne del que en unos años embestirá en alguna plaza. La gente, atenta, observaba y poco a poco, llenaba el tendido.

Foto: Juan Ángel Sainos
Una voz, la de Toño Luna* explicaba sin premura lo que ocurría, buscando siempre que el aficionado se bilocara… porque se estaba en la plaza pero debía sentirse el viento del campo bravo, debíamos olvidarnos de las barreras del ruedo e imaginar que en lugar de ir de vuelta a los chiqueros, el becerrito corría (sin voltear) hacia la negrura del campo, buscando el olor de su madre, adolorido y lloriqueando, seguramente se quedaría dormido un rato más tarde con el olor del antiséptico en lugar del de su madre. Acabó el herradero.

Un apagón en la cuadra y la plaza perdió la luz artificial, el receso forzado se aprovechó para retirar los leños ardientes. La figura del charro y el fuego era el olor a campo y la nostalgia por un pasado que llega a las ciudades a través de películas antiguas. Los caballos, los sombreros, las botas, la riata, la humareda, la paja, los tabiques, las espuelas: un conjunto de sonidos y colores de campo que la oscuridad obligaba a todos a imaginar y a dejarlo como en una burbuja lejana, como algo hermoso, misterioso e intocable.

Limpio el ruedo, del herradero sólo quedaba el calor de los leños, justo en el centro el humo era el último rastro. Era momento de tentar un par de vacas. Regresó la luz  y el tendido fue testigo de la “alquimia ganadera”. Don Antonio tomó el control total de lo que sucedía en el ruedo, se pidió silencio absoluto a todos, hasta de algún apoderado que daba luz a su torero. Don Domingo López, octogenario, citaba con alegría y fuerza a las vacas… lo vimos de pie sobre su montura, valiente pero sereno como el peso de sus años y alegre como un chiquillo que muestra a sus padres la reciente destreza adquirida. Pelearon las vacas en el peto, y el milagro de la bravura llenaba nuestras palmas de líneas. Los novilleros mostraban a Don Antonio, una a una las características de sus animales; mientras tanto, él tomaba nota en una pequeña libreta de cuero. Ambas vacas mostraron bravura, una más fija que la otra, o con más clase, o peligro… Pero lo interesante fue el silencio que la plaza logró, la atención a lo que ocurría en el ruedo fue proporcional a la magnitud del amor que cada aficionado guarda para el Toro bravo… alcanzaron a bilocarse.  Tras la calificación las vacas fueron coleadas y llevadas a los corrales.

Toño Luna anunciaba el fin de las labores de campo, agradecía el silencio y solicitaba la mirada atenta de los aficionados. De pronto el paseíllo… salió un novillero: Sebastián Palomo y un matador de toros: José Luis Angelino… acompañados por un sobresaliente cuya montera era ciertamente más grande de lo normal. Nombraron a cada uno y explicaron su lugar en el desfile de oro.

Salió el novillo que bien podría ser presentado en casi cualquier plaza, como La México o Aguascalientes, como si fuera un Toro de más de cuatro años. Pero aquí no fue así. Palomo se disfrutó torero y le cortó una oreja. El burel se llamó “Bullicio”, en el tipo de la ganadería (cárdeno claro, encastado) y el chaval iba de sangre de pichón en pasamanería negra, ambos se entendieron. Poco se dijo al micrófono pero mucho se apuntó sobre la labor en el ruedo de Sebastián. Fue gratificante ver que el chaval había entendido perfectamente su lugar dentro del evento. Es didáctico le dijeron y el mostró un capote variado y en la muleta hizo lo mismo tratando de mostrar al toro en terrenos distintos, hasta nos hizo disfrutar de un abaniqueo atinado y útil al final del último tercio. Un desplante torero lo llevó por la espada y certeramente la hundió en el cuerpo "Bullicio".  

Tras la vuelta al ruedo de Palomo, se anunció a “Tabaco y oro” de 550 kg, en la edad que dicta el canon (más de cuatro años).  Se sabía que vendría en puntas y la gente se mostraba entusiasmada. Pero la expectativa fue superada…

Salió de toriles con un galope franco, corpulento, badanudo,  pleno, cárdeno claro, imponente, feroz… en tipo. La gente lo ovacionó por más de un minuto, como hace tanto no pasa en Tlaxcala. El ganadero recibía la felicitación del tendido como una cascada de abrazos sinceros. Con verónicas, Angelino lo saludó y yo me descubrí emocionada, el tendido también lo estaba. Salieron los caballos. El toro recibió tres puyazos (el último un descarado multipuyazo que no nos hizo gracia) y chicuelinas bien ejecutadas por el sobresaliente.  Se le colocaron dos pares de banderillas porque así lo quiso el torero. 
De recorrido áspero, el toro no fue descifrado por el matador en el último tercio. Llegó la espada y el toro seguía con el hocico cerrado. Una o dos estocadas sin fortuna dieron paso a un aviso y con ello a un descabello. Pero aún con la desgracia del laberinto que el toro fue para Angelino, yo sigo sintiendo en los brazos esa tensión que me provocó el toro con su solo trote, con su pelambre cárdeno que parecía como de nube y piedra, con esas pezuñas finas, con esa cornamenta entera, con ese rabo alegre que verificaba la embestida peligrosa, con su indiferencia ante la sangre que corría hacia ambos lados del morrillo (motor de fuerza y casta).  
La magia del empadre, la alimentación, los cuidados, fueron dignamente presentados ante una comunidad de creyentes en el Toro bravo.

¿Qué pasará con la afición de Tlaxcala después de ver con sus propios ojos la plenitud del toro y el complejo misterio del ganadero?

¿Cómo agradecer al Instituto Tlaxcalteca de Desarrollo Taurino del que está a cargo Luis Mariano Andalco, al ganadero, a los caporales, a Don Domingo, a Palomo; esa prueba de vida que ante el secuestro que vive la Fiesta, hoy tanto necesitábamos?, ¿cómo? ¿Luchando porque se lidie el toro en puntas, con edad y trapío?


Ojalá se den cuenta de la gravedad de lo han hecho, han dejado claro que la Fiesta que tenemos es sólo eso… una fiesta pero no es Tauromaquia. Será tiempo de pedir, de exigir, de luchar porque ahora siempre… siempre tendremos Tlaxcala. 


*José Antonio Luna Alarcón, 
presidente del Círculo de Estudios Taurinos de la UPAEP
y catedrático del Diplomado en Cultura y 
Arte Taurinos en la misma universidad; 
fue asistido por Oswaldo Cossío. 
Fotos: Humbert García y Gabriela Guevara (Inter-Toros).

Comentarios

  1. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

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  2. Ah, qué crónica de hondas torerías nuestras tan deliciosa y bien bordada!
    Ah, qué dulce profesión de fe que se delata al comienzo del texto.
    Al conjuro mágico, exquisito, inmanente del universo del Rick´s Café, Pasifae se transfigura en Ilse y así nomás, entrando, emociona a su cómplice correligionario el pulquero de "La Virtud".
    Se escuchan las notas del piano de Sam y el ruco coahuilense contiene un sospir y lanza su bombín decadente a los pies de la escritora.
    Acto seguido y no en inglés gangoso de blanco smoking, sino en francés algo norafricano, una voz en off murmura como viejo disco en una victrola:
    --Ouí, Gabrielle cheríe,... on aurá toujours Casablanca aussí.

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  3. Querido Armando, cuánto te extrañaba. Gracias por tus hermosas palabras y sí, tú y yo... siempre tendremos Casablanca.

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